miércoles, 30 de septiembre de 2015

Pegamento emocional


Esta entrada la tenía escrita hace días, pero no he querido subirla porque soy consciente de que cuando un niño lo pasa mal sus padres también lo pasan mal. Ahora la situación que voy a describir se ha normalizado, pero quiero mostraros unas pautas para manejar este tipo de situaciones.

Empezaré diciendo que este periodo de adaptación que hoy doy por finalizado ha sido el mejor de todos los que hemos vivido.  No sé si por la  cuidadosa  planificación  o porqué, pero el caso es que por primera vez en nuestro centro, al comenzar el curso no ha habido ni una lágrima ni una actitud de rechazo por parte de los niños. 






Y la ansiedad que las mamás y papás sentían, creo que ha sido neutralizada  al ver que sus  peques acudían cada día contentos a la guardería y al final de la jornada no se querían ir. He de decir en vuestro favor, que en todo momento habéis seguido nuestras recomendaciones, y lo habéis hecho realmente bien. No puedo menos que felicitaros, porque este éxito en realidad es vuestro.




Pero a veces, hay circunstancias que no podemos controlar. Es lo que ha sucedido esta semana. Después de quince días de curso y de estar ya adaptado, Israel se fue unos días de vacaciones con papá y mamá.  A su regreso surgieron algunas complicaciones. Es fácil entender que esos días ha estado las veinticuatro horas con ellos,  sin  rutinas, sin exigencias, disfrutando de la playa, del parque, sin otra obligación que la de ser felices. Y, de repente, tiene que volver a separarse de ellos.

Por eso, ese primer día después de las vacaciones fue un poco complicado. Él no entiende porqué de un día para otro todo cambia, no tiene capacidad para razonarlo y por lo tanto aceptarlo. Es normal que no quisiera quedarse en la guarde y que llorase y protestase con toda la intensidad de la que fuese capaz. Pero lo suyo no era solo enfado, era, sobre todo, tristeza y angustia. A pesar de ese estado emocional tan intenso, él  rechazaba nuestro contacto y el de los otros niños, no había forma de consolarlo.  Y aunque escuchó con atención cómo las marionetas solucionaban un problema parecido,  ha tenido que venir papá a recogerlo al poco tiempo. No tiene sentido hacer sufrir a un niño haciendo que permanezca  en un sitio donde no quiere estar. Siempre os lo digo, el bienestar y la felicidad de  los niños han de estar por delante de otras “obligaciones”.





El segundo día  también protestó y lloró cuando papá se despidió, pero esta vez sí me admitió a su lado. Le cogí en brazos y me lo senté en mi regazo, hablándole con dulzura.  Aunque él no me contestaba,  estaba recibiendo mi mensaje:
– Hoy estás muy triste.  (Silencio)
– No quieres estar aquí, verdad?
– Lo que quieres es estar con papá y mamá, como ayer, como en las vacaciones.  (Silencio)
– Pero papá y mamá están trabajando.  (Silencio)
– Y en casa no hay nadie.  (Silencio)
– Y eso te produce mucha tristeza.  
    – Sí.
– Y por eso lloras.
    – Sí.
– Pues yo voy a abrazarte para que la tristeza se marche.

Ha estado abrazado a mí  casi diez minutos, mejilla con mejilla, unidos por ese intangible pegamento emocional que surge de una relación cálida y afectuosa, mientras le cantaba bajito “Me gusta la guardería”. Y, poco a poco, he ido sintiendo cómo se aquietaban los latidos de su corazón, se aflojaba la presión de sus bracitos y los sollozos eran cada vez más espaciados.  Hasta que su estado emocional ha bajado totalmente de intensidad, y se ha sentido reconfortado.
–  Ahora te sientes mejor.  (Silencio)
– Ya no estás triste, estás más tranquilo y no lloras. (Silencio)
– Quieres ir a  jugar con los otros niños?
– 

A partir de ahí todo ha vuelto a ser como antes: un niño con ganas de jugar, de disfrutar, de explorar… Ya no ha vuelto a llorar cuando los papás lo dejan en el centro.

Os explico ahora los pasos que he dado para entonar emocionalmente a Israel y  que ya expliqué a los padres del curso pasado. ( Puedes verlo si pinchas aquí.) Es una secuencia de acciones realmente útil, que me gustaría que vosotros intentaseis poner en práctica cuando estáis en familia. Porque es repitiendo estas acciones como los niños van interiorizando y haciendo suya la forma de proceder de los adultos  para conseguir regularse emocionalmente.

1. Reconozco el estado emocional del niño.  Percibo que está muy triste y angustiado. Es importante identificar bien la emoción. No está enfadado, ni enrabietado, ni es un llanto de capricho o  para atraer nuestra atención. Está angustiado.

2. Respuesta comportamental edecuada.  Me  acerco a él, le miro a los ojos, le hablo con dulzura, le tomo en brazos. Puede suceder, como el día anterior que el niño nos rechace, y entonces hay que respetar su decisión. Nos mantenemos cerca de él, para que no se sienta solo, para que nos perciba disponibles si nos necesitase. Y al cabo de un rato lo volvemos a intentar.

3. Pongo palabras a su estado emocional, lo nombro. Hoy estás muy triste.  El niño siente gran malestar, pero no sabe ni cómo expresarlo, ni cómo nombrarlo.  Yo le he puesto nombre a su estado de displacer, para que él pueda reconocer ese estado interno y aprenda a identificarlo  en un futuro.  

4. Relaciono el estado emocional con  la situación negativa que lo ha provocado.
–  No quieres estar aquí, verdad?
– Lo que quieres es estar con papá y mamá, como ayer, como en las vacaciones.
– Pero papá y mamá están trabajando y en casa no hay nadie.

5. Admito y justifico los afectos del niño. Y eso te produce mucha tristeza y por eso lloras. 
Es en este punto cuando habitualmente les fallamos a los peques, porque somos muy dados a decir “Por eso no se llora. No pasa nada. Mira Fulanito como no llora, etc", infravalorando así los sentimientos del niño que, como consecuencia, no se siente comprendido.  Otras veces tratamos de distraerlos, "Mira el cochecito nuevo de Yoel", o engañarlos, “No te preocupes,  que papá vuelve enseguida”, sin darnos cuenta de que el niño aún no tiene percepción del tiempo y su gran preocupación precisamente es esa, que papá se ha ido y él no sabe cuando volverá.  Tanto una como otra actitud lo que consiguen es que el niño se distancie y no admita nuestra ayuda.


Con mi forma de actuar  le he trasmitido calma y  serenidad,  y al final le he llevado a ser consciente  de que ya ha superado su disgusto.  Es decir, ha experimentado la manera de proceder del adulto,  un modelo que él intentará poner en práctica en un futuro,  porque también  ha recibido el mensaje de que  sí  es capaz y competente para calmarse.

Lo dicho, mucha paciencia y mucha práctica. Los peques lo merecen


2 comentarios:

  1. Me ha encantado <3 Una entrada de gran utilidad, Gracias

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    1. Gracias, Vanesa. Eso espero, que sea de utilidad a padres y educadores.
      Saludos,
      Lucía.

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