Tercera fase del taller del agua.
Este día presenté objetos ya conocidos pero realizados con otros
materiales: Tapaderas de metal, y vasos de plástico. Si anteriormente se
extrañaron de que había cubiertos y cucharas (de plástico) que flotaban, esta
vez el desconcierto llegó porque las tapaderas (ahora de metal) se hundían, en
contra de lo que habían visto que sucedía con las de plástico. Así que metían
la mano al fondo, las recogían y las volvían a colocar con cierto cuidado en la
superficie, esperando que se quedaran allí, flotando. Pero claro, como eran de
metal se iban otra vez al fondo. Y lo mismo sucedió con los vasos de plástico,
que ellos esperaban que se hundieran. Sin embargo... -¡no se hunden, no se hunden!, protestaba Lucía.
Ella quiso ir más lejos,
y se empeñó en que tenía que meter un
corcho dentro del vaso de cristal. Claro, operación imposible, porque el
corcho, en cuanto lo soltaba, subía a la superficie y el vaso se quedaba en el
fondo. Lo intentó una y otra vez, sin
resultado. Después lo intentó colocando el vaso boca abajo, pero nada, el corcho
no se dejaba atrapar. Sin embargo surgió una sorpresa, pues al intentar hundir el vaso bocaabajo el aire salía haciendo burbujas -Mira, mira, salen pompas de jabón.
-¿Has soplado tú? le pregunté para hacerla pensar (ese mismo día
habíamos hecho pompas de jabón soplando con el pompero). -No, yo no, el vaso, sopla el vaso. No sabía si echarme a reír o
abrazarla. Sin embargo Lucía es de ideas
fijas, y ni las burbujas consiguieron que cambiara de idea. Finalmente
consiguió atrapar el corcho dentro del vaso y del agua. Esta es la prueba:
Si, como dice la neurociencia, los aprendizajes ligados a las emociones positivas son los más duraderos, aquí tenemos una cantera de pequeños científicos que no olvidarán sus primeras nociones de la física del agua.
Claro, de inmediato hube de cambiarles de ropa. Marcos quiso
ponerse él solo los calzoncillos, y lo hizo requetebién (teniendo en cuenta que
hasta hace unos días metía las dos piernas por el mismo agujero), solo que los
calzoncillos estaban del revés. -Mira, yo
solito. – Qué bien lo has hecho!, le
reconocí. Es que, ¿cómo le iba decir
que estaban mal puestos después del enorme esfuerzo que le supuso? La que no
quedó muy contenta fue Lucía, que quería ponerse un vestido “de bailarina” como
el de Samira. ¡Vaya imaginación!
Y al final, como siempre, hay que dejarlo todo ordenadito, así que ellos solos recogieron y metieron en bolsas su ropa mojada.
Y al final, como siempre, hay que dejarlo todo ordenadito, así que ellos solos recogieron y metieron en bolsas su ropa mojada.
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