miércoles, 17 de junio de 2015

El enfado y la papelera

En los últimos años, la neurociencia cognitiva ha demostrado que el aprendizaje está indisolublemtne unido a las emociones. De este hecho y de la necesidad de formar personas felices se desprende la importancia de trabajar la inteligencia emocional, para ayudar a los niños a entender y regular sus emociones, desarrollar habilidades sociales, etc. 

Este curso, he introducido un programa de educación emocional muy básico, teniendo en cuenta que nuestros peques son muy peques. Hoy es la segunda vez que en clase empleo esta técnica “antienfado”  y realmente está funcionando.  Os lo describo porque tal vez os sea útil también en casa.


Un niño pegó a otro, aunque rápido le pidió perdón. Yo percibí que lo hizo de forma mecánica, sin disculparse de verdad ni arrepentirse de su acción. Tal vez porque los adultos les hemos enseñado que con disculparse ya están arregladas las situaciones, y al momento pueden volver a agredir y pedir perdón que  no pasa más.  Pero a  mí lo que en el fondo me  interesa es que se den cuenta de las consecuencias de su acción: el otro niño está triste y llora porque le has hecho daño (aun que a veces el daño es más inventado que real, más emocional que físico).
Bueno el caso es que el niño que recibió la agresión, tal vez percibió también esta forma mecánica de proceder, porque rechazó al “agresor”,  no quiso recibir sus disculpas, se alejó de él  y se fue a un rincón a llorar con rabia.  

Yo intervine preguntándole si estaba enfadado, y me dijo que  sí
– Pero, ¿muy enfadado? 
   – Sí 
– ¿Mucho, mucho?
   – 
– Toma este papel y este lápiz y enséñame lo enfadado que estás. Puedes garabatear todo lo que quieras para mostrármelo.  Cogió el lapicero y garabateó con fuerza sobre el papel.
– ¿Este es tu enfado?– pregunté. Ya veo que estás muy, muy enfadado. Me parece un enfado realmente enorme. ¿Qué quieres hacer con él?  
   – No sé 
– Y qué te parece si lo arrugamos y lo tiramos a la papelera?

Dicho y hecho, arrugó el papel con fuerza y lo echó a la papelera.





Iba a preguntarle cómo se sentía ahora, pero no mi hizo falta, porque la sonrisa de su cara lo decía todo. El enfado había desaparecido en el fondo oscuro de una papelera roja.

Aunque, para un mejor final, hubiera estado bien hacerle ver que había sido capaz de calmarse él solo.

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