domingo, 13 de marzo de 2016

Centro de interés El invierno. Cubitos de colores

Ya os comenté anteriormente que el centro de interés del invierno, programado desde principios de curso, no se realiza hasta que en el entorno hay signos bien visibles que muestran a los peques esa realidad. Por eso en cuanto bajaron las temperaturas y cayó la primera nevada, ya era el momento de abordarlo. 





En la entrada anterior ya describí las actividades realizadas (pincha aquí para verlo), y quedé en dar una explicación más detallada de la actividad “Cubitos de colores”. 

El objetivo fundamental de este taller era comprender los cambios del agua en su estado de líquido a sólido y viceversa, pero no a través de explicaciones o dibujos, sino mediante el método de indagación científica. Se trata de ir planteando interrogantes a los peques, primero para saber qué conocimientos previos tienen acerca del tema y después para que ellos solos, guiados por nuestras preguntas, sean capaces de llegar a la respuesta correcta extrayendo esa información a través de la manipulación y experimentación.

El taller estaba preparado para realizarlo en cuanto alguna anécdota o situación específica diera pie para ello. Es mejor partir de un hecho que realmente suscite interés en los peques, así su atención estará más centrada en la actividad.
Así fue como se desarrolló:

Uno de los días, uno de los peques llegó diciendo que se había resbalado y se había caído porque el suelo estaba muy “dudo”. Pregunté a los demás si ellos se habían caído también y todos contestaron que sí. (No me creo que todos se hubieran caído el mismo día, pero fue una excusa perfecta para introducir el taller).
—¿Cómo te caíste?
—Así—y gesticulaba con los brazos y se daba una buena sentada para demostrarlo.
—¿Porqué te caíste?
—Porque me resbalé. Y mi mamá también.
—¿Dónde resbalaste?
—En el suelo.
—¿Qué había en el suelo?
— Nieve.
—¿Resbalaste en la nieve?
—Sí, estaba muy “duda” (dura).
—Y yo también resbalé—añadió otro.
—¿Porqué estaba dura la nieve?
—Porque la nieve es dura.
—No. Acordaros que el otro día tocamos la nieve y vimos que era blandita.
—Pero estaba dura, y me caí—insitía, y con toda la razón.
—Y yo me caí.
—…
—Yo creo que la nieve estaba dura porque estaba helada. Cuando es invierno hace mucho pero mucho frío. Entonces la nieve se pone dura. Y el agua también se pone dura y se llama hielo. (En ese momento miré por la ventana con la esperanza de que algún carámbano colgara de los tejados para mostrárselo, pero no, no había carámbanos)
—Si queréis podemos hacer hielo.
—Síiii.
—Pues vamos a hacer hielo, pero hielo de colores.

                                 

Agua caliente y agua fría

En la mesa coloqué dos jarras llenas de agua y varios frascos de cristal, a razón de uno por cada par de niños. Lo hago así porque la pequeña conversación que entre ellos se genera cuando trabajan en parejas provoca mejor el conocimiento que las explicaciones que puedan escuchar.

Los peques fueron palpando las jarras para constatar que en una había agua caliente y en otra agua fría. Una vez servida en los tarros pregunté qué nos hacía falta para que el agua se volviera de color rojo, o azul, o verde. La mayoría contestaron “no sé”, pero un par de niños señalaron el estante donde tenemos las botellas de témpera, “eso de ahí, pintura de pintar”.
—Yo tengo una pintura nueva, se llama colorante, y está en estos tubos pequeñitos. Y claro, sucedió lo de siempre: “a ver, a ver, yo quiero verlo”

Fui añadiendo unas gotas de colorante al agua de los tarros y esperamos a ver qué pasaba.
—No sale.
—Es cierto, no sale, pero está ahí. ¿Qué podemos hacer?


Mi color no aparece

Esta pregunta no supieron responderla porque hasta ahora no habíamos hecho ninguna disolución. Entonces les explique que para que el colorante se disolviera había que revolver el agua. Le di una cuchara a cada uno y empezaron a agitarla, pero sucedió que en unos tarros el color aparecía rápidamente y en otros apenas se vislumbraba.
—Yo no tengo colores.
—Yo tampoco
—Ni yo.
— ¿Porqué será?
—No sé —fue la respuesta generalizada
—Vamos a palpar los tarros—propuse
—El mío está caliente. Y tiene colores
—El mío está frio. Yo no tengo.
—Claro, porque el colorante se disuelve mejor en el agua caliente que en el agua fría.
—Échame agua caliente.
—Y a mí.
—A mí también.


Ahora sí, ya tenemos agua de colores.


Finalmente después de mucho agitar y también de derramar un poco, el agua de todos los tarros terminó coloreada. El siguiente paso fue introducir el agua en bolsas de hacer cubitos. Aquí se requería estrecha colaboración y coordinación con el compañero para trasvasar el agua sin derramarla (o derramando la menor cantidad posible).

Trasvasar líquidos...
¡qué dificil!






Cerramos las bolsas y las colocamos en el exterior de la ventana, “para que el frío de la noche trasforme el agua en hielo”, les expliqué. Las otras bolsas las dejamos colgadas en el aula, para poder comparar al día siguiente. Las bolsas así colgadas resultaron muy atractivas, porque la luz incidía en ellas y se proyectaba coloreada en la pared y en el suelo. (Esto me recuerda que hay que volver a hacer el taller Luz y color).

Algunas bolsas las sacamos a la intemperie,

otras las dejamos colgadas en la cuerda.

Para más seguridad, al terminar la jornada, retiré las bolsas de la ventana y las coloqué en el congelador de la cocina, pero al día siguiente, a primera hora procedí a colocarlas de nuevo en el exterior. La ventana está junto a la puerta de entrada, por lo que al llegar por la mañana algunos peques ya habían visto las bolsas. En cuanto pasamos al aula se fueron derechitos a la ventana a comprobar qué había pasado. Deposité las bolsas con los cubitos encima de la mesa y les dejé que las manipularan.
—Está frío.
—Está duro.
—Está de color—fueron los comentarios generalizados.
—Claro, está duro porque el frío ha trasformado el agua en hielo, esto son cubitos de hielo.

Entonces uno de los peques miró las bolsas colgadas en la cuerda y me preguntó si también estaban duras. Las descolgué, las coloqué sobre la mesa y empezamos a compararlas. Y claro, se dieron cuenta perfectamente que unas, las de agua, estaban blandas y calentitas, y las otras, las del hielo, duras y muy frías.

La bolsa de hielo está dura y muy fría.
La bolsa de agua está tibia y blandita.













Después abrimos las bolsas y de nuevo dejé que manipularan los cubitos:
—Resbalan.
—Y botan.
—Y se escapan.
—Y se rompen.
—Está mojado.
—Y hacen huellas— observó otro mientras aplastaba con la mano el rastro de agua coloreada que dejaban los cubitos al moverse.


Están duros, están fríos, resbalan...

Desde luego, su observaciones y percepciones no pudieron ser más fructíferas. Cómo el hielo ya empezaba a perder consistencia, decidí pasar a la segunda fase, volver a trasformar el hielo en agua, demostrar el proceso de licuación.
De nuevo repartimos agua caliente y fría en tarros. Y empezamos a echar dentro los cubitos de colores. Los que caen en agua caliente se deshacen enseguida.
— ¿Dónde está el cubito de este tarro?—voy preguntando. Ahora sí que se muestran sorprendidos y desconcertados, no entienden qué ha pasado. Observan con atención el agua coloreada y llegan a sus propias conclusiones:
—Se marchó.
—El mío también se marchó.
—Y el mío...
—¿Estás seguro?¿Por dónde se fue? Yo no le visto marcharse.
—Se pasó para este otro—contesta uno señalando el hielo que aún flota en el frasco del agua fría.
—No, el cubito que desapareció era rojo, y este que flota es verde.
—¿Y dónde está?—preguntan a su vez.

El cubito de hielo se marchó...

Aunque al deshacerse el hielo el agua se ha coloreado, ellos no son capaces de establecer la relación, por eso hay que explicárselo:
—El hielo no se ha marchado, se ha deshecho, por eso el agua está de color verde.
Pero un solo cubito hace que en el agua apenas se note el color. Seguimos echando cubitos en los tarros y revolviendo con la cuchara. Al final el agua queda teñida de vivos colores.
—¿Qué hacemos con esta agua?
Propongo colocar los tarros en el congelador del frigorífico, a ver qué pasa. Al día siguiente volveremos a repetir las preguntas, los comentarios y las conclusiones.

Lucía dice que no se marchó, que se deshizo y sigue aquí...no lo entiendo

No sé lo que habrá quedado en sus mentes. Observar y participar del proceso que convierte el agua en hielo equivale a descubrir su origen. El agua líquida se convierte en hielo sólido, y el cubito cuando se deshace vuelve a ser agua. Seguiremos haciendo experimentos.


Aunque el texto ha resultado un poco extenso, he tratado de explicar todo detalladamente porque es una actividad muy interesante para despertar el espíritu investigador de los peques, y para que podáis repetirla en casa siguiendo los pasos y haciendo las preguntas pertinentes. ¡Hacedlo! Hacedlo y dejad que ellos os guíen, hacedlo y disfrutad juntos del placer de descubrir, de experimentar, de compartir conocimiento, de compartir vuestro tiempo…


Lucía Antolín

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